Un mapa de palabras en Word no sirve para delimitar territorios, separar por regiones, o siquiera para identificar puntos cardinales. En todo caso: ordena, categoriza, enumera. No hay un sur que señalar cuando el norte puede estar en Georgia-9, cursiva-Batang, con sangría sin centrar ni justificar. La hoja en Word es un indiviso esperando (im)paciente ser danzado, dramatizado, subrayado y borrado; aguarda prorrumpir -salir de su materialidad virtual- mediante una patada, un salto en alto, una metáfora poética, una pirueta. 

Un mapa de palabras en Word, sin más, no delimita territorios, pero si lo performamos, si accionamos sobre él colectivamente y dejamos que baile, quizás nos ayude a construir los mundos que deseamos. Se trata de editar la propia lengua, de vencer los esquemas con que vemos el mundo, a los otros, a las danzas. Se trata de pensar algo así como un diccionario propio, pero… ¿No es acaso el diccionario la forma más perfecta de frontera? ¿No es acaso un diccionario el opuesto al movimiento de lenguajes que invita la danza? Habría que pensarlo, entonces, en un sentido nuevo: un diccionario-mapa, un diccionario en movimiento.

Un diccionario como poesía escrita con palabras de un mundo sin fronteras.

Quizá entonces se trate de que hacemos el mundo con palabras. 

Quizás entonces se trate de que hacemos el mundo con las acciones de nuestras palabras y las palabras de nuestras acciones.

Entonces, para qué un mapa de palabras.

Entonces, para qué. 

Entonces qué.

¿Entonces?

Desde acción documental proponemos una pizarra colaborativa para que la comunidad de danzas escriba. ¿Jugamos a nombrar? ¿Qué queremos nombrar?